Desde pequeño recuerdo tener en mis manos la cámara de mi padre (una Yashica), que aún conservo.
En el colegio descubrí la magia del revelado en el cuarto oscuro, dando vida a instantes únicos.
Con mi primer sueldo compré una cámara, y desde entonces he buscado capturar la esencia de la naturaleza, inmortalizando su belleza para que no se pierda en el olvido.
Durante años la fotografia fue mi refugio y mi vía de escape, hasta que el párkinson llegó a mi vida; desde entonces es mi terapia, pero cada reto es una oportunidad para crecer.
Hoy, la fotografía es más que una pasión: es mi forma de conectar con la vida salvaje y compartir su historia.